*... Sangrantes estrellas de ámbar...*
*... Sangrantes estrellas de ámbar...*
Expandiéndose en la totalidad de su torso ésa cruel justicia, se encontró frente a un inmenso cristal interrumpiendo luz. Ahí sus ojos desplegaron las negras alaas que los protejen enmarcándolos con ébano. Paseó inconscientemente la mirada por los edificios que la enfrentaban sin verlos, en su mente sólo había mar, una vasta extensión dorada que se hundía en el turquesa más intenso. Ella quería ver unicamente ese paisaje, ese aire mágico que curaba todas sus escamas. Se abrazó a sí misma abarcada por el frío de la mañana... aunque eran las diez y en el contrafrente de un cuarto piso, para ella todavía eran las cinco sobre las tablas de madera clara. Ahí donde la sal diluída en aire acariciaba su piel como si la amara y nunca fuera a dejarla ir, donde el Sol se fundía y se hacía miel en sus ojos, y todo hasta las miradas le era tranquilizador. Cerró los ojos nuevamente, intentando que no le duela tanto el oxígeno en la garganta respiró casi profundamente y al abrir los ojos nuevamente vió en el cielo una nube verde grisácea, o fue su imaginación, pero eso llenó su cuerpo pequeño de un gélido escosor que le costó una ardiente lágrima. Tendría que luchar consigo misma para mantener a salvo la sangre dentro de su cuerpo y no caer en la inutilidad injustificada. ...Recordar que el inocente varón que ama ya no querría ni escuchar su consejo, era un dolor irremediable.
Expandiéndose en la totalidad de su torso ésa cruel justicia, se encontró frente a un inmenso cristal interrumpiendo luz. Ahí sus ojos desplegaron las negras alaas que los protejen enmarcándolos con ébano. Paseó inconscientemente la mirada por los edificios que la enfrentaban sin verlos, en su mente sólo había mar, una vasta extensión dorada que se hundía en el turquesa más intenso. Ella quería ver unicamente ese paisaje, ese aire mágico que curaba todas sus escamas. Se abrazó a sí misma abarcada por el frío de la mañana... aunque eran las diez y en el contrafrente de un cuarto piso, para ella todavía eran las cinco sobre las tablas de madera clara. Ahí donde la sal diluída en aire acariciaba su piel como si la amara y nunca fuera a dejarla ir, donde el Sol se fundía y se hacía miel en sus ojos, y todo hasta las miradas le era tranquilizador. Cerró los ojos nuevamente, intentando que no le duela tanto el oxígeno en la garganta respiró casi profundamente y al abrir los ojos nuevamente vió en el cielo una nube verde grisácea, o fue su imaginación, pero eso llenó su cuerpo pequeño de un gélido escosor que le costó una ardiente lágrima. Tendría que luchar consigo misma para mantener a salvo la sangre dentro de su cuerpo y no caer en la inutilidad injustificada. ...Recordar que el inocente varón que ama ya no querría ni escuchar su consejo, era un dolor irremediable.
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