viernes, noviembre 11, 2005

Continuación de "El jugador", de Fedor Dostoievsky

Lengua y Literatura
Prof. Estella Álvarez
Ailén P. Salaverri - 3° A - T.T. Año 2005


Tantas veces decir ”Mañana...” uno termina pensando en qué es realmente lo que está haciendo mal... Yo creo que a veces sólo era no pensar bien en la mejor forma de hacer las cosas, o simplemente dejarse llevar por las intuiciones, sin titubear.
No... la verdad que no me interesa ya pensar en cómo hubieran ido las cosas si las hubiera hecho transcurrir de otra forma, el tiempo pasó y ni siquiera sé si Paulina todavía piensa en mí como antes. Después de tanto... ahora, sin embargo, me pregunto: ¿cuán profundo era el amor que me liaba a ella, si ahora, después de 3 años, ya no me inquieta en nada? Sólo el leve recuerdo de haberla tenido entrelazada a mí por una espera silenciosa disfrazada de rechazo y burla... Sus ojos me despedazaban con furia contenida y una absurda actitud de sentir pena por mí, ¡pobre idiota! ¡Tan ingenuo y fácilmente entregado...! Ahora recordar la sensación de tener las manos abismalmente vacías cuando mi sueño estaba entregado a mí indefectiblemente, sólo me da rabia.

Ahora nuevamente en Rusia, donde vivo hace poco más de un año, me veo sentado a una mesa escribiendo otra vez. Luego de tres años mis recuerdos salieron de su letargo. En este momento estoy viviendo en la casa de una familia generosa en Surgut, para quienes estoy trabajando como maestro de idiomas de sus niños. Gracias a esto, hago lo posible por estar tan ocupado que mi mente no vaya a desviarse un segundo hacia la idea de acercarme a una ruleta. Tal vez ahora pueda jactarme de mi nueva vida, de que arduamente logro volver a ser un hombre virtuoso e inteligente – como dijera Mr. Astley tiempo atrás.-, además de tener más dignidad. Ya no podría rebajarme a la humillación por ninguna mujer. Paulina me hizo entender eso, ella me hizo arrastrarme tanto... ¡que perfecta vanidad había en ella! Sabía el poder que ejercía sobre la gente pero prefería dársela de indiferente; y ahora... enferma y tranquila, seguramente sin fuerzas para ridiculizar, fue capaz de suplicarme que fuera a verla. En motivo de esto, respondí su carta con un tono tal vez algo cruel, pero pretendiendo ahora respeto de su parte, y me encontré con un agradecimiento tan sincero, desprendido y emotivo que no puede evitar extrañarme. ¡Pensar que en otro momento hubiera saltado del Schlangenberg con sólo ella insinuarlo, y ahora que está moribunda le exijo buen trato! La vida es así de agria, siempre está generando locuras ignotas.
Tres días después de esto estaba yo en Suiza, en la casa de la madre de Mr. Astley. Espero ante la puerta del cuarto donde está Paulina hasta que ella me reciba. Me pregunto si su cara seguirá teniendo la misma expresión altanera y si conservará en ella la hermosura distante y simétrica que poseía cuando la amaba. ¿Qué pensará de mí ahora? ¿Intentará rebajarme? No creo... su carta parecía muy sincera. Además...
- ¡Alexei Ivanovitch! Entrá, entrá, por favor, no puedo caminar casi.
- Bueno... - Sonreí – No hubiera esperado nunca verte de esta forma y escucharte hablarme así. Parece que estás dispuesta a tratarme como a una persona...
- No seas cínico, Alexei, tus palabras me lastiman... esperaba poder hablar con vos antes... me queda poco tiempo. Tengo varias cosas para decirte: primero pedirte disculpas por haberte usado tan plácidamente como si fueras un objeto inservible de mi posesión. Y es que en parte quería que así fuera, me sentía elevada si podía tenerte para mí siempre aunque fuera de esa forma. Eras mío, creo que nunca supe cómo amar a alguien...
- Yo te amaba – la interrumpí-. Mi vida hubiera sido mejor si vos me lo hubieras dicho antes, en vez de humillarme y desvalorizarme a cada instante como a una bacteria insignificante... ahora lo único que lográs con tu disculpa es sentirte con la conciencia limpia y tranquila, para... eh... irte. En paz.- No respondió con palabras, simplemente esparció su vista por la manta, que estaba bordada con filigranas de hilo plateado en terciopelo oscuro verde y azul, como sus ojos... Su silencio comenzaba a inquietarme. La ví juguetear con su índice hasta que abarcó mi impaciencia.
- Paulina Alexandrovna, no creo que... ¿Estás escuchándome? – me acerqué a ella y me atreví a tomar su rostro en mis manos y, apartándole el cabello, la volví hacia mí. ¡Estaba tan pálida! Sus ojos parecían esfumarse y el contorno de sus labios iba deslizándose inevitablemente hacia el blanco... No puede ser, ¿porqué seguía escapándose? ¡No iba a perseguirla ahora! Nuevamente estaba ignorándome. - ¡Mrs. Elizabeth! ¡Por favor!
Después de que el médico estuviera media hora con Paulina intentando ver qué le sucedía, terminó por hablar con Mrs. Elizabeth, la distinguidísima madre de Mr. Astley, quien luego vino a verme. Sólo estaba dormida. Pidiéndome que me quede con Paulina, me tomó una mano entre las suyas en actitud suplicante y proseguí a mi deber para con una moribunda cínica e insensible de quién sólo quedaba ya el arrepentimiento y los rasgos finos.
Varias horas después de quedarme junto a ella – dormida-, a las 4 de la mañana cerré el libro que estaba leyendo y me quedé contemplando la placidez corrosiva de su sueño, y recordando los sucesos de Ruletenburg, todo lo que pasó tres años atrás...
- ¡Alexei! ¡Alexei, por favor! Quedate acá conmigo... – me suplicó llorando, de pronto se había despertado- Acercate, dejáme mirarte.
- ¿Para qué...?
- Por favor, sentate.- ella estaba sentándose también, en la cama - Quiero... - dijo otra vez llorando ya con la piel marcada de oscuridad. Me abrazó impulsivamente y pude sentir su pecho contra el mío, sus brazos sobre mi espalda. La muy engreída... ¿qué quería lograr ahora? ¿Enternecerme o quebrar la dignidad que adquirí? ¡Me escuda contra su brusquedad, tan leve e ingenua! El peso de su cuerpo se desploma sobre mí y siento como el frío estremece mi piel. La de ella también parece helarse... ¿qué...?-.
- ¡Paulina! No... no lo hagas... no abandones este cuerpo egoísta, que sostengo... por favor... Paulina...
Lo había hecho, me había dejado. Sus ojos placidamente cerrados, en ellos aún corrían lágrimas de un ardor gélido... un dolor insoportable me abarcó hasta salirse de mí. Sus labios rosados parecían ahora a punto de quebrarse y sus lánguidas manos colgando a los costados... En mi vida, esa fue la segunda vez que lloré.

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ay, es muy triste. ël había creído olvidarse de ella, pero todavía la amaba. Pobre, voy a llorar. Una vez que ella...